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Es correctísimo lo de Amado Heller.
También la situación internacional.
Pero lo de Calvo no fue en cualquier lado.
Fue en Quilmes. Exactamente en la otra cara del planeta como una pelota
Si entramos en la cadena sinfín de las causas y efectos ni siquiera se empieza. Incluso ronda una hipótesis de la Polinesia con 10 mil años de antigüedad. Y mucho menos que termina o empieza a acabar en 1665, cuando don Alonso Mercado y Villacorta por fin les dobla la mano y los rinde, trayéndose a los quilme de tiro unos 1300 kms. a pie y durante el trayecto de todo, menos cristianismo y piedad, ni qué hablar de vacilaciones al por mayor porque dónde los ponían. Eran alrededor de un millar. Unos 250 guerreros y sus grupos familiares. Parece que la idea luminosa partió del obispo de la entonces Santa María de los Buenos Ayres, más la invalorable ayuda del vasco Juan de Garay y el propio Mercado. Todos, por hache o be, necesitados de Caja Chica, una Eternidad venerada como el Espíritu Santo.
En las 16 mil hectáreas que le pertenecían a don Juan del Pozo y Silva, abuelo de Cornelio Saavedra, le dieron otra en Entre Ríos a cambio, más algunas rupias, sobre esos bañados fundaron la Reducción de la Santísima Trinidad y los Indios Quilmes. El imperio holandés ya había probado algunos primores del enclave: bancos sólidos de fondo, playas de más de mil metros cuando el Mar Dulce bajaba, ideal para el contrabando de artículos suntuarios y el mercadeo de esclavos africanos negros. Para colmo, a 3 leguas del puerto donde una sola nave de la corona vigilaba lo que sucedía y no había catalejo que pudiera distinguir que desembarcaban hasta la pirámide de Keops.
Por obvias razones hay que saltarse algo tan desconocido como fundamental: el caso de la cacica Isabel Pallamay, una quilme (no es error: la ese vino con los españoles) cacique de caciques, descendiente de don Martín Iquín, el lendario jefe que resistió nueve años con guerra de guerrillas y el lunes 26 de octubre de 1665, sitiado arriba del pucará por el hambre y la sed, tuvo que pactar la rendición con el permiso de levantar la última apacheta, el altar de piedras para rendirle el último culto a la Pachamama como despedida, y entregar todo para empezar a marchar como ovejas atrás del conquistador. En los últimos tres meses, sin embargo, había tenido tiempo para que los más jóvenes y aptos de los dos sexos, como pumas, escaparan del valle y se aprestaran para reagruparse y volver, como lo hicieron.
Lo del Primer Triunvirato decretando que como no había más indios no puede haber más reducción, si no fuera que en el Proyecto Arqueológico de los ’90 demostraron que por lo menos habían desaparecido 99 bebés de ese origen y que los patriotas de la City les dieron los solares que hoy son el centro quilmeño de vuelta a los más notables representantes de la alcurnia y la corona hispana, algo así como una contrarrevolución de entrecasa. Menos mal que antes tuvieron a bien fundar el regimiento de Granaderos a Caballo y San Martín inaugurarlo con un flor de golpe de estado, qué joder, para quién jugaban, si pateaban en contra.
Sin entrar en detalles con el nombrecito con que bautizaron al viejo emplazamiento y que la batuta que les soplaba al oído estaba a cargo del cura Rivas, un comeidólatras de la mejor escuela de Torquemada. ¿Cómo le fueron a poner Quilmes y tiraron al tacho de la basura nada menos que a la Santísima Trinidad? El poeta Marcelo Marcolín (1957-2011) aporta una idea que es algo más que inquietante: "Debe ser el único caso de un lugar que lleva el nombre de los vencidos", ha escrito en el prólogo de un libro sobre el legado de una nación cuyo origen es tan o más misterioso que muchos tópicos de la religión con capital política en Roma.
Ahora, si es que fueron realmente los vencidos... Y partiendo de la idea central, en ese mismo TXT, de que "la tragedia de los indios quilmes" es "uno de los secretos mejor guardados en la historia de América." A la muerte de Marcolín, con un preámbulo demasiado prolongado por lo doloroso, han quedado boyando muchos poemas suyos en bitácoras varias y su sitio en Facebook tal como lo dejó la última vez.
Después vendrá el encariñamiento de don Juan Manuel por la zona e instará el mayor saladero de todas sus muchas pertenencias de estanciero, el coronel Ciriaco Cuitiño como primer alcalde antes de entrar a pasar a degüello más al centro, con un entremedio de invasiones inglesas varias. Militares a principios del siglo XIXX y colonizadamente capitalistas, como es norma del fair play, después de Caseros, y se instalarán en un barrio propio y apartado cuando no había nada de eso y levantarán el Saint George School, un privado bilingüe que se volverá objetivo deseado para los hijos de la clase dominante porteña por su nivel pedagógico y disciplina. A la aristocracia con olor a bosta, según Sarmiento, se le ocurre hacer una réplica de la rambla marplatense porque fuera de temporada quedaba medio lejos ir a remojarse y un alemán instala la más grande cervecería para apagar la sed de los porteños. La Bernalesa, la fábrica textil más grande de Latinoamérica, la sueca Johnson & Johnson, la de cartuchos Orbea, las bicletas Legnano, la impresionante mole de los laboratorios de YPF, la fábrica de lamparitas Osram, las sierritas de la Sinpar, los tejidos sintéticos de la Ducilo, con el agregado del 2-4 diclorohexano para desfoliar todo el norte de Vietnam, delta del Mekon incluido, en un crimen ecológico que va a inaugurar el arrasamiento natural del planeta.
La lista no es exhaustiva; es mucho mayor. Encima, ni yanqui ni marxista, a Perón se le ocurre al menos formalmente tomar las medidas más extremas de socialización, por decirlo de alguna manera, expropiando a los Pereyra Iraola y después a los Bemberg, cuando ya le boqueaba el gobierno, pero todo se lo mandó en Quilmes. ¿No tenían un lugar mejor para con un atentado de terrorismo político ablandarle los ímpetus independentistas al general de la sonrisa dentífrica? ¿Los del PC no tenían otro lugar mejor, más cómodo y a mano, para hacer una reunión de semejante envergadura?