Juana Larrauri de Amabrí, en pleno esplendor de las candilejas, luego volcada con todo a la actividad política. En la noche de agosto de 1950, en Quilmes, su hermano estaba al frente de la guardia en la comisaría.
La mención que hace al pasar el sobreviviente Amado Heller de la que durante muchos años fue casi sinónimo de peronismo femenino lleva a varias consideraciones. La primera es casi obvia, pero en un país donde se cultiva lo obvio como sinónimo de la buena fe o, en todo caso, de la casualidad, conviene tomarlo en cuenta: el oficial a cargo de la guardia de Quilmes 1ª la noche del 4 de agosto de 1950, cuando se ordena el retiro del personal de consigna del local del PC local para que lleguen y hagan tranquilos su trabajo los camaradas de la Sección Especial Anticomunista de La Plata, como se va a averiguar después, embrión de las Tres A o de los Grupos de Tareas, como se prefiera, tenía su pa-raguas político personal por si fallaba el institucional.
Ahora conviene volver a poner sobre el tapete que las dos veces senadora por Entre Ríos había nacido en el Centenario bastante lejos de la tierra de Pancho Ramírez como es el porteñísimo barrio de Floresta. La aparición del sonriente coronel en el escenario político argentino la sorprende a Juana Larrauri de Abramí, como era su nombre legal y completo, prácticamente en la plenitud de su carrera como artista y sobre todo, como cantante de tangos. Esta veta de su personalidad la va a completar como actriz de radioteatro, directora y compositora, por ejemplo, de La piba de Mano a Mano, junto al bandoneonista Tití Rossi, autor de Bien bohemio y que resonara como arreglador en EE.UU. de sellos grabadores y sobre todo con los éxitos de Héctor Varela en los ’50, y amigo íntimo del que va a ser su marido. La consideración sobre este aspecto está muy bien documentado en un sitio tanguero que se puede consultar desde aquí con un clic. Incluso hasta escucharla cantar para apreciar si era tanto su valer.
Juana Larrauri dejó todo, empezó a ser Juanita, y se fue detrás del coronel hasta las últimas. Eva Perón fue la que la encuadró en primera línea al darle justamente en la época de los episodios que terminaron con la vida de Calvo y Zeli en Quilmes la responsabilidad de organizar a nivel nacional la rama femenina del Partido Justicialista. En 1952, cuando se le da a la mujer el inalienable derecho cívico de votar como cualquier hijo de vecino con pantalones, Juanita es elegida por primera vez senadora por Entre Ríos y hasta va a presentar un proyecto de ley para erigirle a Eva Perón un monumento. De algún modo, en el reparto del staff justicialista es la Hugo del Carril con polleras: a ella se debe la grabación oficial de la marcha Evita Capitana. Y en torno a su figura se dicen muchas cosas y una que se acepta como tal, sin discutir su verosimilitud, es que ya agonizante, en su último lecho del Palacio Unzué, que era por entonces la residencia del presidente de la república, Evita procedió a sacarse un anillo y regalárselo con un pedido que sonaba más a imposición:
-Cuidá al general como lo he cuidado yo -le ordenó.
Sobreviviente a la oleada antiperonista que vino a partir de setiembre de 1955, que incluso la llevó a la cárcel que compartió en parte justamente con Hugo del Carril, Juanita Larrauri volvió al tango en 1972. Ese año también integra el popurrí político del vuelo charter de Alitalia en el que Perón hace su regreso junto a figuras políticas de toda tonalidad, futbolistas goleadores, ex campeones de boxeo, neuro-cirujanos sonrientes, artistas, etc., pero en la confusión de los 154 nombres hace su aparición por primera vez el del coronel croata Milo de Bogetich, en calidad de guardaespaldas (¡sic!) del general todavía degradado . Ver lista completa. La relación con el hecho central de esta bitácora, amén de otros muchos motivos, es que en tal calidad permaneció con la viuda María Estela Martínez de Perón, (a) Isabel, por el seudónimo usado como espiritista de la Escuela Científica Basilio. Y el otro dato que no se puede dejar pasar es que el coronel, aparte de haber sido la mano derecha del fascista croata Ante Pavlevich, fue algo así como el Ramón Camps, el Alfredo Astiz, el Capitán Capucha por excelencia de la sangrienta dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, considerada la más asesina y reaccionaria que se haya conocido al sur del Río Bravo, lo cual es decir algo. Las diarias chupadas nocturnas eran hechas en la capital dominicana con los célebres Volkswagen conocidos como Escarabajitos. La técnica utilizada en el levante de los díscolos para llevarlos al lugar apropiado y allí aniquilarlos sin más trámites era un calco del utilizado en la España de un Francisco Franco que no va a tardar en aparecer un poco más abajo, en el papel apropiado. Así se lo llevaron a Federico García Lorca, según lo reconstruído con maniático detalle por el irlandés Ian Gibson durante varios años.
El matrimonio del general argentino exiliado, casado con la bailadora flamenca nacida en La Rioja, a la que había conocido como copetinera en un local para marines aburridos en la etapa panameña de su exilio, tenía dos veces por semana un invitado especial a la hora de las cenas íntimas: el coronel Milo de Bogetich. La diferencia de grado es intrascendente, pero no escapa la extrañeza que un guardaespaldas comparta cubiertos y sobremesas con su custodiado. Este dato figura en un clásico de la literatura testimonial como es Política y Delito, de Hans Magnus Enzensberger (Seix Barral, 1968). Por la Argentina el personaje apareció en el vuelo famoso del retorno, con un fusil cosido en la parte interna de un piloto, luego en los primeros tiempos de Alfonsín, siempre tras las polleras de la viuda, luciendo su clásico gesto ácido y los simpáticos, estereotipados anteojos negros para una fotofobia típica de estas personaldiades, cuando la Chabela descerrajó el famoso No me atosiguéis y cobró unos dinerillos que le adeudaban de la herencia de su marido muerto. Después, dicen, que el hombre de los Balcanes le obsequió una máquina de escribir eléctrica marca Olivetti al dilecto matrimonio, un tiempo después el coronel croata exhaló su último suspiro por lo menos en un aire familiar, sobre todo por lo autoritario, criminal y militar: el de Asunción del Paraguay del Colorado Stroessner. En esos días de Buenos Aires contó con el apoyo logístico de una secretaría de prensa ad hoc de uno de los principales hombres de Ambito Financiero que luego le llegaría el momento de gloria con la Segunda Década Infame del menemato, sumergirse y reaparecer lo más choto con la carnestolenda kirchnerista.
Juanita Larrauri, a pesar de su intensa y total vida política, tuvo tiempo de casarse en 1949 con Francisco Rotundo, casi diez años menor, del barrio de Belgrano, hijo de un renombrado industrial ligado al papel que se alejó de esa historia familiar para lograr un destacado lugar como pianista, compositor y director de famosas formaciones tangueras, muy amigo de Tití Rossi. Fue también a parar a la cárcel por la mili-tancia política de su mujer que curiosamente lo precedió en la muerte también casi diez años antes, a los 80, sumida en el olvido público.
El testimonio siguiente, a cargo del otro sobreviviente, pone sobre el tapete un tema no por manido la mayoría de las veces dejado de lado. La vida es un imponderable, algo precario, que depende de factores ex-ternos y la llamada suerte, buena estrella, destino o lo que sea y después se convierte, del mismo modo, en un testimonio tan o más imponderable.