La alusión geográfica que hace el librero y editor Néstor Arias, de entonces apenas diez años, que con otros amiguitos del centro se plegaron por curiosidad infantil al cortejo, traducida es como la Larga Marcha de Mao, cuyas consecuencias, a criterio de los yanquis y los comunistas, estaban repercutiendo en la lejana y aparentemente extraña Quilmes. La calle Primera Junta es donde termina la manzana amurallada de la primer multinacional de la medicina, el Laboratorio Rhodia y todo su misterio umbrío bajo la densa arboleda sobre la manzana oriental. Faltaban todavía casi veinte cuadras para llegar a Laguarda y doblar a la izquierda, media cuadra, para encontrarse con la entrada principal del cementerio de Ezpeleta.

            Los deslindes de Quilmes. Un territorio casi foráneo, mucho más allá de aventuras futboleras y de otro tipo. Aquella multitud recorrió 9 kms. o un poco más con los féretros a mano. El cimbronazo había sido muy grande. Y a la militancia congregada sí o sí había que agregarle la gente de ambas veredas, conmovidas antes un hecho que era más que inusual, porque la vida no tiene partidos. Es un partido. Aquella movilización se cuenta entre las mayores que tuvo el gobierno peronista, sobre todo porque sucedió en la época de mayor bonanza. Las otras dos que acarrearon masivamente el descontento fue la que le organizó la UCR en Plaza Constitución, con Ricardo Balbín, Arturo Frondizi, Crisólogo Larralde y hasta el joven Raúl Alfonsín, en 1952, que tuvo que afrontar una feroz represión y la presencia masiva de los parapoliciales de la Alianza Libertadora Nacionalista, de pilotos blancos a lo Humprey Borgart, ya sea con lluvia o sol, obligado funyi, una credencial de metal con un águila en relieve y el arma reglamentaria de la Policía Federal, casi todos suboficiales de la fuerza o conscriptos que a los 19 años hacían el servicio militar allí por alguna cuña o pago de un favor. Había sido oficialmente fundada en 1943, su periódico se llamaba Tacuara y se la consideraba el principal grupo de choque del oficialismo, aunque por razones ideológicas guardaba cierta autonomía de movimientos. Por fin, el 11 de junio de 1955, la ritual procesión de Corpus Christi se convierte en el acto mayor, preludio del fin. Varios de los aviones que bombardearon la Plaza de Mayo días después llevaban la leyenda Cristo Vence o una cruz pintada en el hueco de la V de la victoria. Con la exageración de estos casos se la atribuyeron 200 mil manifestantes, pero así se la rebaje al 50% fue impresionante, a la altura de las habituales congregaciones para celebrar el rito de escuchar a Perón desde el famoso balcón.