LAS DOS MUERTES DE JORGE CALVO
Las ZONAS BLANCAS fueron inauguradas de hecho en Quilmes, el 4 de agosto de 1950. Esa noche, con una metodología que un cuarto de siglo después se tornaría industrial, fue asaltado un local comunista.
REFERENCIAS DEL MAPA. El punto rojo ubica la casona convertida en el comité local del PC. El óvalo marrón es la estación de Quilmes, con vías hacia La Plata y Plaza Constitución. Enfrente, sobre la avenida Hipólito Yrigoyen, todas las paradas de colectivos locales y de la Capital Federal. El punto violeta da cuenta de la ubicación de Quilmes 1ª, esa noche a cargo del oficial principal Larrauri, a espaldas de la Catedral, el Palacio Municipal y la Plaza San Martín, el centro mismo y por excelencia de la localidad. La línea roja marca a la calle Rivadavia, la principal y más comercial, con la punta de flecha apuntando hacia la costa. El óvalo enmarca la zona céntrica e histórica de Quilmes.
El local del PC de Quilmes era una vieja casona ubicada en la esquina sudoeste de la avenida Hipólito Yrigoyen, la principal entrada desde la Capital Federal, y 25 de Mayo, a cinco cuadras hacia el sur de Rivada-via, hoy peatonal, la comercial por excelencia y considerada el centro mismo. Tenía ingreso por las dos calles, la principal por Yrigoyen y una de servicio al costado, por 25 de Mayo, calle que estaba cortada por las vías del entonces FF.CC. Roca, ex Sud, ya a la altura de las vías muertas de los playones para cargar directamente los cajones de la cervecería.
Los testimonios coinciden en que el ataque se produjo entre las 22:00 y 22:30 del viernes 4 de agosto de 1950. A esa hora, en esa estación del año, la luz amarillenta del alumbrado público se hamacaba por el viento sobre calles que estaban desiertas, desoladas en su gran mayoría, y se podía escuchar, a lo sumo, los silbatos lastimeros de los rondines pasando los santos y señas, los Sin Novedad como el folclore pueblerino, el ladrido de los perros que se escalonaba, alejándose y si había alboroto se trataba, cuando mucho, de algún asalto a un gallinero, el flagelo de por entonces. Dos autos de cuatro puertas estacionaron de culata por 25 de Mayo, con la trompa hacia la avenida y las puertas no se trabaron, mucho menos le echaron llave. De ellos se bajaron ocho (8) hombres de civil, sobretodos y sombreros de vestir pero el ala bien requintada sobre los ojos, con armas de puño y aunque no hay seguridad sobre el particular, por lo menos una pistola ametralladora. Vagamente alguno dice de otra u otras armas largas. Ingresaron por la puerta lateral directamente a las dependencias del casero donde acaban de cenar Angel Pedro Zeli, ya arrimándose al medio siglo de edad, su esposa y la única hija preadolescente. Al obrero metalúrgico y delegado gremial, oriundo de Chivilcoy, lo redujeron y lo sacaron. A las mujeres les aplicaron cloroformo por nariz y boca hasta dormirlas. De allí, por el interior, fueron hasta la sala principal, el antiguo living comedor de la residencia, e irrumpieron no justamente haciendo gala de buenos modales.
-¡La policía! –coinciden todos que fueron los gritos iden-tificatorios, intimidatorios y se desplegaron, apuntando al pecho y a la cabeza.
Lo demás entra bastante en lo confuso y contradictorio, además del miedo, la sorpresa y otras circunstancias. La represión antico-munista, aunque en todos los casos brutal y respaldada extraoficialmente, había sido siempre callejera, con y sin uniformes. La más recordada era la de los fascistas de la Liga Patriótica del Uriburu de los '30, parados en los estribos que tenían entonces los autos particulares, con una mano asidos al vehículo y en la otra los revólveres Colt 38 Caballito, tirando a mansalva.
Esto era otra cosa. Iba a ser otra cosa y trascender al tiempo porque dejaba semilla. Aparte, enseguida, más abajo, el aporte inva-lorable de uno de los sobrevivientes y las observaciones sobre los pequeños detalles, a pesar de los dos balazos que va a recibir en el cerebro, permite ir desbrozando la magnitud del hecho como si ya los asesinatos no fueran suficiente.
Jorge Bergstein aporta más precisiones al afirmar de manera indubitable que a su criterio el ataque policial asesino en Quilmes tenía por objetivo ablandar la oposición al apoyo de EE.UU. en una Corea donde la mayoría no sabía ni dónde quedaba y que habían puesto sobre el tapete a personajes que en la próxima década estarán en la primera línea.
Tenía 7 años. Era una noche muy fría y estrellada. Recuerdo con toda nitidez las ráfagas, ese tartumedeo que era un sonido nuevo para una época en que no había tevé. Al otro día las caras de las gentes eran muy diferentes. El día del entierro una marea humana con banderas rojas puso un paisaje inusual. La encabezaban los dos féretros a pulso. Y cantaban consignas. Inolvidable. Han pasado 60 años.
Estas seis décadas transcurridas, aparte de la tragedia y la reincidencia argentina en lo criminal de lo político, la actualidad global hace unas muecas hacia los protagonistas de entonces. Por ejemplo, muy difícilmente, salvo a los disciplinados afiliados al PC argentino y de todo el mundo, resultara poco creíble que el temible José Stalin no le hubiese dado la orden al hermanito menor, Kim Il Sung, para romper el status quo y el autoconvencimiento de gendarmes del mundo que no han perdido en el Departamento de Estado los haya lanzado a una guerra que estuvo al filo de ser la tercera mundial en lo que iba del siglo. Hoy ya no están los principales protagonistas. Ni Truman ni el mencionado Padre de los Trabajadores. Tampoco Perón, Kim Il Sung, Mao Tsé Tung, Lin Piao o De Gaulle. Sin embargo, Corea del Norte sigue su camino a contracorriente o a favor de los vientos, váyase a saber, empecinada en su propio poderío atómico con el argumento que los enemigos están demasiado cerca y son más de uno, empezando por los vecinos que se empecinan cada vez como la primera gran superpotencia de estos tiempos. Periféricos, barriales, payucanos, el interrogante sigue persistiendo: por qué Quilmes. Por qué el PC eligió ese lugar para la reunión, por qué en La Plata la dichosa Sección Especial eligió ese modus operandi para presentarse en sociedad, por qué aquella impensada reacción en un puñado de jóvenes armados nada más que de coraje cívico e instalarse con perfil propio en la historia. A costa de sangre, por cierto. Ni mucha ni poca. Con decir sangre es suficiente. Ahora la colecta de testimonios y otros datos permite armar un puzzle que creemos un poco más aproximado. Para los que quieran explotar las aptitudes multimedia de estos formatos, un poco más abajo podrán encontrar una consola con la versión completa de La Internacional en una grabación realizada durante la Guerra Civil Española. Por más de un motivo parece la banda sonora más apropiada para este trabajo. Con un clic en el arranque se puede escuchar la versión completa y, de apetecer, repetirla cuantas veces se quiera. Gracias.